Allá donde posa su mirada María José Castaño brotan los colores, como si la esperaran
para manifestarse. Es una artista capaz de ver el lado más luminoso de un paisaje, de
transfigurar cualquier lugar y convertirlo en una fiesta cromática y sensorial. María José
nos ha enseñado, por ejemplo, a mirar el valle del Arlanza (que los burgaleses creíamos
conocer de memoria) con otros ojos. Allí es donde ella vive, rodeada de peñas majestuosas,
en un lugar a la vez industrial (con los pabellones viejos y solemnes de una vieja cantera) y
plenamente campesino, hermosísimo. María José es una mujer buena, sabia, que conoce
los caminos y sabe el nombre de los árboles. Pero, además, es un personaje de cuento
de hadas, que hace magia con sus pinturas y comparte con el sol del atardecer el don de
despertar colores increíbles en las nubes y los árboles. Sus obras son alegres, están llenas
de vida, de belleza y de entusiasmo.
María José Castaño a veces abandona su casita y su perro y el pabellón enorme donde
trabaja y, no sé cómo (porque siempre la imagino a la vera del río Pedroso), se planta con
su alfombra voladora en China o en Cuba o en la isla de la Graciosa (que está en Canarias,
pero parece más remota y exótica que Pekín o La Habana) y allí saca sus cuadernos y
sus papeles (a veces hermosísimos, ellos solos verdaderas obras de arte) y empieza a
llenarlos de trazos y colores. Al cabo de un tiempo, vuelve con un montón de paisajes bajo
el brazo, con los que parece decirnos: «¿Os dais cuenta de lo maravilloso que es el mundo?
Basta con abrir los ojos y fijarse en la dulzura con la que el mar acaricia las playas, con qué
alegría zumbona crecen los arbolitos en La Habana, qué delicadeza tiene la luna en China,
como si supiera que alguien la está mirando y escribe versos sobre ella».
Y así es. Al salir de cualquiera de sus exposiciones, ves durante un tiempo el mundo con los
ojos de María José Castaño. Y todo se vuelve hermoso, intenso, bellísimo.
Fotos de la inauguración
Asociación cultural las calzas de Villadiego 